EL SEMÁFORO DEL DECANO:
sábado 19 OCTUBRE
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Hay que felicitar a Jordi González. Ha vuelto a la pantalla y ha vuelto a hacerlo: ha levantado un plató complejo, el del programa especial que antecedió y siguió a la emisión de la miniserie “Niños robados” (Telecinco, el pasado miércoles noche). Telecinco había prescindido de Jordi González a finales de agosto, retirando de la programación “El Gran Debate” (sábados noche): tras su marcha se hundió esa franja que él había conducido con garbo y buen pulso. Y ahora su cadena recurre a Jordi González para servir la cruda miniserie “Niños robados”, y Jordi González la levanta y la borda. Con perspectiva, bien puede decirse que mantener a Jordi González en sus filas ha sido uno de los grandes aciertos históricos de Telecinco.
Estoy seguro de que parte de los buenos registros del primer capítulo de “Niños robados” (cuatro millones de telespectadores, 22% de cuota de pantalla) responden a la credibilidad televisual de Jordi González, que esa misma tarde había intervenido en “Sálvame” para convocar a sus telespectadores a que le siguieran esa noche. Jordi González se ha ganado esa credibilidad a pulso, haciendo bien todo lo que le han encargado, sea el formato que sea: “realitys”, debates, entrevistas, corazón y política, sociedad y espectáculos. Periodismo y entretenimiento, si es que pueden separarse ambos conceptos.
No sé si es un asunto e los niños robados conmueve sinceramente o no a Jordi González, pero lo que importa es que lo parece: transmite que está poniendo sus carnes y ganas en el asador, que anda ene el mundo le importa más que eso en ese momento. Hemos visto a Jordi González en todos los fregados, salvándolos siempre. Le recuerdo en un “Moros y cristianos” de 24 horas para favorecer a niños huérfanos y en tantos embolados con “frikis” enloquecidos: siempre sale vivo. Su mayor talento, en cualquier caso, ha sido y es el del trato con el público presente en un plató, digno del mejor regidor: desde las noches de “Les mil i una” (TV3), mezclado con el público en las gradas, ha demostrado su arte para conversar con cualquiera y sacarle buen partido, incluso para chinchar y burlarse un poco sin resultar ofensivo. Nadie como él, también, para hacer callar a un público revoltoso que se desmanda y para poner en su sitio a un invitado, a un tertuliano. Nada pasa en un plató que desborde a Jordi González. El miércoles, por ejemplo, dijo: “este pinganillo hace frituras, no oigo nada”, se lo quitó, lo dejó sobre una mesa y siguió entrevistando y conduciendo como si nada, sin perder pie, sin despistar ni despistarse. Atesora una veteranía valiosísima sin perder el paso, sin quedarse atrás: su trayectoria suma casi treinta años -y casi ininterrumpidos- delante de una cámara, debajo de un foco, microfonado, en pantalla. Jordi González podría hacer un programa de televisión hasta dormido.