SANTA E IMPÍA. La oferta televisiva de la Semana Santa (así llamada), que en mis años mozos era escasa y confesional, ahora es abundante e impía. Que la oferta fuese escasa la hacía emocionante, que hoy sea abundante la hace aburrida (pese a los intentos de Mercedes Milá, que ya veremos). Antes sabías que emitirían las películas Fray Escoba sobre el frai- le negro Martín de Porres) y después Rosa María de Lima…, hasta el punto de que para mí son una sola y misma película. De la primera película recuerdo la escoba que barre sola –ventajas predomóticas de la santidad– y de la segunda película recuerdo cómo la monja santa se corta los hermosos cabellos ante el espejo, para afearse. Los intentos de Mercedes Milá de animar la programación, como digo, transitan por el extremo opuesto a la santidad: pasan por mostrar en directo la corsetería de los pechos y el trase- ro de los panties, el mundo del demonio y la carne. Esta iniciativa de Mercedes Milá, cada día más des- atada, ha animado a Paz Padilla, que también ha decidido alzarse la blusa para mostrarnos en directo sus volúmenes y el bordado de sus sujetadores en Sálvame. He esperado a que se desvistieran también Mariló Montero, Susanna Griso, Anne Igartiburi, Ana Rosa Quintana, Ruth Jiménez…, como una epidemia de destape, pero no, por ahora no se ha extendido esta moda televisiva.
Las series bíblicas de hoy son historicistas, pero con concesiones al tremendismo de la violencia y del sexo
‘LA BIBLIA’. Las series María de Nazaret (Telecinco, viernes y sábado), La Biblia (Antena 3: hoy, último capítulo), Los diez mandamientos (8tv, hoy), En el comienzo (La 1, viernes) y un montón de péplums como Espartaco, Quo vadis?, Sinuhé el egipcio… vienen a desmentirme: la televisión aspira hoy a ser tan piadosa como en los viejos tiempos confesionales. El enfoque de las series actuales, eso sí, es más historicista que religioso, y con concesiones al tremendismo de la sangre y el sexo. La Biblia, por ejemplo, ha atraído a los telespectadores con escenas esquemáticas y aceleradas, que han ilustrado el relato bíblico a velocidad vertiginosa. Hemos discurrido de Adán a Jesús en un parpadeo. Ha sido un modo de entender la peripecia del pueblo judío y el origen de su creencia monoteísta, tan exigente. La Biblia incluye escenas crudas, como la del triunfante rey Nabucodonosor: degolla a los dos hijos pequeños del rey de Judá, Sedecías, al que obliga a presenciar sus muertes antes de enuclearle los ojos, para que sea lo último que vea, para luego llevárselo preso a Babilonia. El Antiguo Testamento está cuajado de similares pasajes crueles e impíos –emasculaciones, violaciones masivas, uxoricidios, asesinatos, adulterios, engaños, mentiras, idolatrías, filicidios, traiciones…– que son su entraña y su enseñanza. Fácilmente podrían ser retratadas en imágenes de modo todavía más efectista y crudo: en La Biblia, de hecho, esas escenas que parecen gore al telespectador, están estilizadas y suavizadas. El Antiguo Testamento es tan violento y perturbador, que durante siglos fue prohibida su lectura libre a los cristianos de base, para que no se enardeciesen y excitasen. Sólo los curas tenían acceso a su lectura. Los estímulos del cine porno y violento han desbancado a la Biblia como lectura escabrosa, pero las actuales series de televisión divulgan lo que está escrito y ya nadie lee, una de las historias más añejas del mundo, en el pedestal de nuestra cultura e historia: por eso nos apela y resuena, por eso le prestamos más atención que a unos famo- sillos tirándose a una piscina desde un trampolín.