¿Quién quiere reírse? -La Vanguardia, domingo 23 de septiembre 2011
Ha vuelto ¿Quién quiere casarse con mi hijo? (Cuatro, jueves noche), ¡bien! Este programa de televisión es uno de los espectáculos más completos hoy al alcance del ojo humano. Si empiezas a verlo, es muy difícil dejarlo correr. Es adictivo, por lo chocante. ¡Imposible permanecer indiferente o aburrirse ante este material! Un chocarrero inventario de exageradas madres con sus hijos veinteañeros (¡y alguno treintañero!), coaligados madre e hijo en la altísima misión de encontrarle una parejita ideal al descarriado mozo.
Cada madre, muy compenetrada con su hijo, ayu- da al mozarrón a detectar y elegir a la pareja idónea que llevarse al catre, entre un plantel de chicas en flor. Ellas (como ellos) son carne de polígono y discoteca, exponentes ideales de fracaso escolar y hormona encendida, depilación láser, tatuaje molón y entrepierna asilvestrada. El espectáculo está más que asegurado, en meritorio equilibrio acrobático entre la vergüenza más honda y la risa más loca.
Pero lo más llamativo del programa es la intensísima relación entre madre e hijo, tan intensa que es casi íntima, tan íntima, dependiente y estrecha que es casi incestuosa (o casi sin el casi). Freud registraría cada una de estas parejas maternofiliales en sus manuales edípicos, aunque debería actualizarlos para encajarlos. Verbigracia, he visto a varios de los mozos besar a sus madres en los morros ante las cámaras, palmotearles las nalgas, manosearles las tetas (incluso operadas). Madre e hijo comparten toda suerte de confidencias, incluidas las más crudas intimidades sexuales de estos desnortados retoños. Cada madre radiografía y desviste con la mirada a las neumáticas candidatas a novia como haría un ganadero en un mercadeo de terneros u ovejas: analiza a las chicas y sopesa a cuál meter en la cama de su querido hijo. A estas madres casi se les nota el anhelo de encamarse con ellos para ayudar al garañón a montar bien a la hembra elegida, como los buenos mamporreros en los establos y yeguadas
“¿Quién quiere casarse con mi hijo?” es hoy uno de los espectáculos más risibles y completos
industriales, o como en las mejores piaras.
Televisivamente hablando, estos mozos y mozas no tienen desperdicio: son una mina. Hay una que dialoga con naturalidad
con su peluche. Otro etiqueta a las chicas como equipos de fútbol (“te acuestas con una que parece un Barça ¡y al despertarte descubres que es un Lo- groñés!”). Otra lamenta su abstinencia con un inquietante “abro las piernas y me salen murciélagos”. ¡Diversión enfermiza de principio a fin! Hay un tuno (de la tuna) que se ofrece como pareja gay de uno de los concursantes, cuya madre, enternecida y polisémica, dice: “¡Este te tocará la guitarra antes de tocarte la guitarra!”. Hay también unos mellizos obsesionados en proponer a sus aspirantes a novia algo muy puntuable: “¿Estarías dispuesta a un trío?”.
Si tu semana ha resultado estresante o el día agobiante, si la crisis está comiéndote por los pies, date una ducha de ¿Quién quiere casarse con mi hijo?, que te quedarás como nuevo, a cambio de pleura estriada, costillar doliente y la certeza de que el gé- nero humano jamás dejará de sorprenderte y entre- tenerte. A una chica de Figueres se le ocurre invitar al chico al que pretende a visitar juntos el museo Dalí, y el chico en cuestión –por mucho que sea vendedor de zapatos en un mercadillo– ¡confiesa no tener idea de quién es el tal Dalí ni en qué equipo juega! ¡Esto sí me ha parecido del todo imperdonable! Injustificable, indignante y muy condenable.
Genial la crítica! Resume exactamente todos los sentimientos que uno siente cuando ve ese programa y acierta totalmente en el diagnóstico del por qué se mira y te quedas enganchado!