CRÍTICA DE TV Víctor-M. Amela
ESTEBAN. Cuanto más sabemos de alguien, más queremos saber. En este principio antropológico se fundan los liderazgos y los estrellatos televisivos. De Belén Esteban lo sabemos todo, y si aparece en pantalla con un moratón en el flanco izquierdo del rostro –como esta semana–, queremos saber cómo y por qué. Ella dice que se le ha roto una vena a causa del estrés. He llegado a la conclusión de que para triunfar en televisión conviene tener una muy baja tolerancia al estrés: hay que ser una persona de susceptibilidad extrema, de llanto fácil, de grito rápido, de rotura vascular fácil. “Temí que me diera un ictus”, ha declarado Belén Esteban en Sálvame (Telecinco), porque ha discutido con unos colegas de plató. Para triunfar en televisión es muy conveniente que se te caigan dientes, que te arranques el pelo a mechones, que se te rompan venas y que se te hinchen las pelotas. Esto lo tiene muy fácil la princesa del pueblo, que salta a la primera de cambio. La incontinencia emocional es condición indispensable para tener protagonismo televisivo. A Belén Esteban le basta una sutil sospecha de animadversión para montar en cólera y liarla. La inestabilidad emocional de Belén Esteban es un filón que empieza a explotar este programa poniéndola en contra de sus compañeros de plató: por primera vez, Belén Esteban se busca otros enemigos que no sean su exmarido y la esposa de este (Jesulín y Campanario). Ahora, los administradores de Belén Esteban abren una nueva vía de negocio, una tombolización de Sálvame con protagonistas fijos. Aquí va a haber tomate, y a Belén Esteban van a comenzar a saltarle venas y fusibles, para disfrute del personal.
DEBATE. No hay democracia sin debate televisivo. El debate Sarkozy-Hollande vuelve a recordárnoslo. Ha sido un debate de gran repercusión, gran espectáculo de la arena política. Ganar un debate no es garantía de ser mejor gobernante, sólo de ser más persuasivo, seductor o convincente entre telespectadores y periodistas. Pero al final la democracia no es un polígrafo, una máquina de la verdad, sino un sumatorio de votos. Y los votos son agitados por la televisión, el invento más democrático que existe: no distingue sexos ni fortunas ni escarapelas sociales. Otra cosa es que te guste el resultado. Como bien repite ese personaje cafre de La competència (RAC1): “¿No queríais democracia? Pues aquí la tenéis”. Pues prefiero los riesgos y carencias de esta democracia catódica a las certezas de tiranías y despotismos ilustrados.