– Los entrevistadores de La Contra de la Vanguardia presentaron su libro en Barcelona
– Ima Sanchís, Víctor M. Amela y Lluís Amiguet cuentan anécdotas con famosos
– La sopa de Vargas Llosa y el seductor Pierce Brosnan son portagonistas
«
«El peor momento de mi vida fue cuando entrevisté a Marvin Zonis, profesor de Política Económica de la Universidad de Chicago en el lobby de un hotel de Barcelona», comienza a contarme Lluís Amiguet. El columnista es un tipo locuaz, de metro ochenta, bien parecido. Seduce cuando habla y eso explicará su siguiente anécdota, con una conocida actriz, y quizá por qué se libró de ser estrangulado por una autoridad mundial en análisis de riesgo, en esta primera. «El Sr. Zonis fue un momento al lavabo y me dijo: ‘¿Sería tan amable de vigilarme el portátil?’. Lo tenía abierto sobre la mesa. Le contesté que sí pero me distraje repasando mi cuestionario y cuando regresó, el ordenador no estaba. «Where’s my laptop?», me preguntó. Alguien se lo había llevado. Yo no sabía dónde meterme. Fue terrible. No te lo puedes imaginar. Me excusé como pude, le dije que yo era una idiota y me contestó: «En efecto, sin duda lo es». Pero lo publiqué, explicándolo todo y los del hotel amenazaron con demandarme».
«
En esa ocasión Amiguet quiso desaparecer. Hubo otra en la que se sintió rematadamente bobo y de cuya reacción aún se arrepiente: «Uno de los mejores momentos que he vivido fue con Emma Thompson. Era el Festival de San Sebastián de 1995. Caía la tarde en la Concha sobre las nueve menos cuarto. Me acuerdo perfectamente porque yo cogía mi avión de regreso a Barcelona a las 22 h. Al terminar la entrevista, ella me preguntó ‘Would you fancy to have dinner with me?’”. Lo preguntó en un inglés muy londinense, muy ‘preppy’. Un americano hubiese dicho ‘like’. Voy a quedar fatal, pero fue así. Pensé: ‘Ahora cambiar el billete, 300 euros…’. Total, que me vio dudar un instante y añadió: ‘No importa, déjelo’. Ella acababa de romper con Kenneth Branagh y yo me arrepentiré siempre de haber sido tan tacaño y, sobre todo, tan patán».
«
Ima Sanchís recuerda con claridad cuál fue su entrevista más incómoda. Se lo puso francamente difícil Michael Griffin, director de la NASA bajo la administración de George W. Bush. Sus respuestas eran monosilábicas. Parecía que aquel ingeniero deseaba estar bajo el sol de las Bahamas, cazando patos o haciendo cualquier otra cosa en lugar de estar respondiendo a la periodista. Sin embargo, Ima aguantó: «La gente que lo trajo me miraba como pidiendo disculpas. Yo nunca me enfado con los entrevistados por muy desagradables que sean; me cuesta ofenderme. Si no le gusta un tipo de preguntas, cambio. Pero aquel hombre era un ogro. Entonces pensé que la gente también debía saber quién presidía la NASA en época de Bush, así que aguanté la entrevista y creí que sería enriquecedor dar a conocer su talante». Mucho más reconfortante fue su encuentro con el anterior James Bond, un verdadero caballero británico llamado Pierce Brosnan: «Fue curioso porque lo entrevistó también una periodista de El País. Ella salió muy rebotada y yo, encantada. No sé por qué. Igual porque de entrada le aclaré cuáles eran mis intenciones. Le dije: ‘A mí me gustaría aprender algo de usted y que los lectores y que, a través de mí, los lectores aprendieran algo de usted’. Entonces le dije que me interesaba saber cómo había sacado cinco hijos adelante cuando se quedó viudo y que quería que me lo contase. Se abrió a mí y fue una entrevista preciosa».
Víctor M. Amela se quedó fascinado por la exquisita educación y paciencia de todo un premio Nobel, Mario Vargas Llosa. «Tuvo la deferencia de recibirme en la clínica Buchinger, una clínica selectísima de Marbella. Me explicó que cada año, del 1 al 15 de septiembre, se somete a una estricta dieta de ayuno en la que solo bebe zumos. Y que al acabar esa dieta siente cómo la creatividad le sube como una fuerza telúrica y al salir de la clínica es cuando escribe sus mejores novelas. Ahí empieza su temporada creativa. Me encantó que, tras una hora de conversación, cuando estábamos casi acabando, él olió la sopa que estaban sirviendo en la terraza de abajo y me dijo: ‘Perdóneme, señor Amela, pero después de 15 días sin comer nada sólido va a ser mi primera sopita con tropezones. ¿Me permite ir a cenar?’. Y le contesté: ‘Déjeme que le haga tres preguntas más’. Me lo permitió. Es un caballero».