El primer presentador de la historia de la televisión fue un mozalbete de 15 años llamado William Tayton. El chaval trabajaba como mozo de los recados de una ferretería del Soho londinense. Allí adquiría John L. Baird los artefactos con los que compuso el primer emisor y receptor de televisión de la historia. Corría el año 1925 cuando Baird convocó en su buhardilla a un puñado de escépticos científicos para mostrarles su invento. En la pieza contigua colocó la cámara y sentó ante ella, en una silla, al joven Tayton.
El rostro de Tayton fue así el primer rostro humano televisado. Sin sospecharlo, aquel chaval se convertía en el antecesor de un nuevo oficio: el de presentador de televisión. Abrieron ese nuevo cauce profesional los presentadores norteamericanos, hombres espectáculo de la primera televisión, que a finales de los años cuarenta se avezaron en el entretenimiento de las masas.
Luego vendrían los presentadores de noticiarios e informativos, que en Europa adquirirían un aire ceremonioso y solemne, pues hablaban desde las tuberías del Estado. Nos los tomábamos muy en serio, máxime en la España en la que mi abuelo decía: “Silencio, dan el parte” (con eso lo digo todo), con Jesús Álvarez desgranando titulares con uniforme militar. Más adelante descubrimos que, además de noticias, en la tele se podían presentar también variedades y actuaciones musicales: así llegaron los guiños festivos de Joaquín Prat y Laura Valenzuela, Carlos Tena y sus camisas floreadas, José María Íñigo con bigotones, el histrionismo simpático de Alfredo Amestoy, la corbata desanudada y ladeada de Lalo Azcona…
Con Lalo Azcona descubrimos que era posible presentar un telediario con media sonrisa y un guiño pícaro. La frontera entre información y entretenimiento se difuminaba, y hoy se ha disuelto: Matías Prats o Pedro Piqueras son personajes por sí mismos (imitados, parodiados, caricaturizados…), pues el espectáculo lo pone su prosodia y su presencia, su estilo y su marca. Nuestra televisión ha ido entendiendo que el entretenimiento es la base del negocio (como desde el primer minuto supieron en la televisión estadounidense). Y nuestros presentadores han adoptado las mañas del ilusionista, del actor, del feriante, del vendedor, del predicador, del charlista, del juglar, del trovador, del cuentista, del showman, del astro, del galán, del comunicador, pues de eso se trata: de captar y sostener la atención del telespectador del principio al final del relato de las cosas del mundo.
Varios presentadores de informativos se han deslizado con éxito al entretenimiento, como Xavier Coral (que viene hilvanando una intachable faena en Divendres, TV3) o Susanna Griso (Espejo público, Antena 3), que ha cuajado la figura de la presentadora total, chispeante y rigurosa, simpática y convincente, seductora y con calado. Otros presentadores han estado siempre en la cima del entretenimiento, y se necesita mucho talento para acertar, dejar buen sabor de boca y perdurar en ese empeño: es el caso único del amigo Alfonso Arús, que mañana lunes presenta la emisión número 2.000 de su Arucitys en 8tv, insólito y feliz suceso de longevidad televisiva en España. Siempre digo que nadie sabe tanto de televisión como Arús, y está certificándolo con su mirada distendida y divertida sobre aspectos de la actualidad que el telespectador viene agradeciendo de lunes a viernes durante los últimos diez años.