MONJES.
¿Hubiese entrado Jesús de Nazaret a convivir en la casa de Gran Hermano? Supongo que eso es lo que se ha preguntado el sacerdote que está ahora allí dentro, concursando, y se ha convencido de que Jesús se mezclaba con la vida, y la vida pasa hoy por las calles de la televisión como hace 2.000 años pasaba por las calles de la Jerusalén conquistada por los romanos, dueños del negocio del imperio como los italianos lo son hoy de Telecinco. Pero la jerarquía eclesiástica no piensa igual que este joven clérigo: le ha amonestado y suspendido de sus fun- ciones mientras permanezca allí dentro, y luego ya veremos. Ha causado cierta conmoción entre los telespectadores católicos la visión de las desnudas carnes en calzoncillos (de color rojo) de este atrevido curita, paseándose por el borde de la piscina. Quién sabe, quizá este sacerdote relajado sea un pionero, un heraldo de la iglesia que un día vendrá… Porque dicen algunos de sus parroquianos (en conexión en directo con el programa Sálvame, esta semana) que las homilías de este cura son muy apreciadas, y que con sus misas abarrota el templo. La Iglesia, como la televisión, también busca audiencia en tiempos de crisis, de modo que este talento del sacerdote debería jugar en su favor, ¿no? Al cabo, la Iglesia católica ha sabido siempre utilizar para sus propósitos las artes plásticas –pintura, escultura, grafitis, bajorrelieves, caligrafía, ilustraciones miniadas, arquitectura, música, teatro, canto…–, de modo que renunciar ahora al uso apostólico de la televisión contraría su tradición y habla de una cierta calvinización del catolicismo mediterráneo. Quizá la Iglesia debiera entender que bajar a la calle puede hacerse incluso sin papamóvil. Por cierto, el monaquismo cristiano –monjes enclaustrados y aislados en monasterios del desierto– es el antecedente histórico más remoto del formato televisivo de Gran Hermano: aquellos anacoretas concursaban apartados ante los ojos de Dios, y los del monasterio de Guadalix lo hacen ante los ojos del telespectador, pues no hay ya otro dios que nosotros manejando el mando.
“SEX ACADEMY”.
Cuatro ha estrenado Sex Academy, un programa en el que varias parejas detallan en el plató sus disfunciones y trastornos sexuales: dolores, anorgasmias, sequedades, precocidades, inapetencias, aburrimientos, insatisfacciones… Las parejas se explican, y la psicóloga y sexóloga Marian Frías les instruye con la mejor intención. Estas confidencias, charlas y sermones sobre aspectos de las relaciones sexuales son la versión moderna de los ejercicios espirituales de toda la vida en las parroquias, una catequesis de los bajos, pero como las de siempre. “Tenemos que empezar a cambiar, cada tiene que hacerlo por su lado, y tú eres muy bruto, te acercas siempre a ella con el capullo en la mano”, amonesta Frías a uno de los presentes, del que su pareja implora más mimos y cariños. “El pene, guardadito”, impone la experta la penitencia al pecador. Es la nueva versión del “sed buenos” de siempre. Sex Academy adoctrina en los mandamientos del sexo, Marian Frías es la confesora que escucha y prescribe luego a los catecúmenos plegarias y tareas. En tono y escenografía, Sex Academy tiene mucho de anticuado, de desfasado: resultaba más impactante el Hablemos de sexo de Elena Ochoa en su momento que este programa ahora. En los ejercicios prematrimoniales se aspiraba a ser gratos a los ojos de Dios, y aquí, a ser felices mediante el sexo. Qué ambiciosos somos, siempre.