Qué buena la monja mala
Víctor-M. Amela
La serie Águila roja comenzó siendo un cómic más o menos ingenuo sobre un improbable superhéroe del siglo de oro, y arrasó. Hoy sigue arrasando (cuotas de pantalla al filo del 30% son hoy insólitas), pero ahora veo que ha endurecido algo sus contenidos.
Los guionistas han decidido encanallar, encallecer y emputecer un poco la serie, restarle algo de infantilismo, y está ganando. Por un lado, el personaje inverosímil de ÁguilaRoja, que antes sólo era un saltarín acrobático y meditador de terrados, y que en las peleas apenas golpeaba blandamente a sus adversarios, ahora veo que se los carga de tres en tres a espada, puñal o bala, que los degüella, pincha y lacera sin consideración.
Esto, por un lado. Por otro lado, una vez consolidados sus personajes principales, la serie ha sabido incorporar algunos otros personajes muy estimulantes, aunque sea de modo transitorio. Me ha gustado en particular uno de esos personajes, el de una madre abadesa con mucho trasfondo, Madre Isabel, encarnado con gran acierto por Lydia Bosch: ha sido llegar a la serie y despojarse de sus hábitos de monja para encamarse con el comisario.
Lujuriosa y calculadora, esta monja es un súcubo de mucho cuidado (de humilde origen, se ha servido de los hábitos de monja y de su perfidia para medrar). Los guionistas han sabido manejar la baza de la monja bella y pecadora, que más de una fantasía erótica ha excitado en el seno de la cristiandad, como ya anticiparon las páginas del Decamerón de Boccaccio.
Decía Buñuel que la imaginación nunca peca, así que todos tranquilos. Supongo que por esa razón no ha habido comunidad de religiosas alguna que haya presentado queja ante esta monja caliente, envenenadora, maniobrera, retorcida, asesina y cabalgadora.
Seguro que, bajo el hábito, Lydia Bosch va desnuda. Como telespectador certifico que esta madre abadesa le ha dado mucha vida a la serie Águilaroja,por lo que lamento que ahora esté haciendo el equipaje. Ha estado muy bien la escena en que la madre abadesa ahoga en su bañera a la condesa – su rival en mundo, el demonio y la carne-,hundiéndole la cabeza en el agua tras haberla narcotizado. Qué bien hace de mala Lydia Bosch, hasta ahora desaprovechada y encasillada en esos pastelosos personajes de dinámica y entregada ama de casa en que la sumió Emilio Aragón y compañía.