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CRÍTICA DE TV | Algún funeral y una boda

09/10/11 por Victor Amela

CRÍTICA DE TV

Algún funeral y una boda

Víctor-M. Amela

A su antepasada la pintó Goya, pero ella se ha interpretado y pintado a sí misma ante las cámaras

LA DUQUESA. La boda de la Duquesa de Alba ha ocupado docenas de horas en televisión esta semana. Una locura. Las audiencias han engordado. ¿Por qué? Se trata de un personaje de gran popularidad, sin duda, cultivado mediáticamente durante años. Desde antes de la televisión, la duquesa ha crecido bajo los focos del couché. Ahora ella se sabe personaje, y lo interpreta a la perfección. El fallido lanzamiento de ramo de la duquesa ha sido un gran momento televisivo: eyectado por su mano con vacilante empuje e imprevisible trayectoria hacia la multitud, el ramo acaba por describir una breve parábola fusiforme hacia su derecha, cayendo casi a los mismos pies de la recién casada. Ningún guionista de comedia podría haber ideado un gag gestual tan fino como éste. El baile de la duquesa sobre la alfombra roja también ha cuajado un momento de relevante plasticidad, zapatos fuera. Para alcanzar estas cotas de eficacia televisiva es preciso haberle dedicado al asunto toda una vida, como es el caso. La duquesa de Alba se ha construido a sí misma y le encanta el resultado. Disfruta siendo su personaje. Sólo así se consigue el éxito popular y audiovisual, interpretándote bien a ti mismo. A su antepasada la inmortalizó el pintor Goya, desnuda y vestida. Pero esta duquesa de Alba se ha pintado a sí misma ante las cámaras, y su figura trémula será también inmortal por los siglos de los siglos. Su óleo es la pantalla del televisor.

DESPILFARROS. No sé qué porción de mis impuestos financia a los señoritos y señoritas de Telemadrid (en breve me cargan en cuenta el segundo plazo de la declaración de renta, buf), pero, sea la que sea, qué poca gracia me hace. Hemos conocido el dineral que se llevan a casa personajes como Curry Valenzuela (112.000 euros anuales) por hacer lo que hacen, y resulta muy molesto. Lo que hacen son ejercicios de monolitismo (su visión de España es muy separadora de todos los que no aceptan ser españoles porque sí y a la fuerza), y han protagonizado más de un escándalo por sectarismo. Telemadrid es uno de los ejemplos más flagrantes de partidismo mediático desde hace años, y encima es un pesebre muy jugoso para amigos y adictos, a costa del de dinero de todos. Nada hay que decir al respecto de Intereconomía TV, que se juega el dinero de sus accionistas. Pero Telemadrid es una televisión pública, y todos los ciudadanos tenemos derecho a quejarnos de su falta de pluralismo y muestras de despilfarro. Hay voces que reclaman rediseñar el mapa de las televisiones autonómicas. Dado el contexto de crisis económica, sería más que razonable plantearse la cuestión. Los únicos canales autonómicos que tienen un argumento sólido al que acogerse para su continuidad son los de las comunidades con lengua propia a la que dar carta de naturaleza televisiva, como ha sido el caso de TV3 hasta ahora. Si en el futuro se consolidasen ofertas de televisión privada en catalán, comenzaría a ser cuestionable el sentido futuro de TV3, que habría cumplid ya su cometido de fomentar y normalizar el uso del catalán en televisión, ¿no? Por ahora, de todos modos, TV3 sigue aportando un bagaje de calidad y sensibilidad que la justifica intrínsecamente, más allá del idioma, siempre que sus costes sean contenidos y de servicio público, y que se gestione el dinero público con el máximo de exigencia, sobriedad, responsabilidad y sentido del bien común.

1 Inés 24 octubre 2011 a las 23:40

«Su óleo es la pantalla del televisor».
Qué lucidez en tu reflexión, Víctor. Nadie la ha definido mejor.

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