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Mi tío Josep Amela ‘en campaña’, 1938 | Seis cartas camino de la batalla del Ebro (sexta parte)

07/08/11 por Victor Amela

Ahora que se conmemora el 70 aniversario de la traumática batalla del Ebro, rescato del olvido las cartas que mi tío Josep Amela, con 17 años, remitía a su familia desde el frente del Segre, pocos días ante de que le enviasen al Ebro, como a tantos chicos de la “lleva del biberó”. Tras cruzar el río Ebro –probablemente por Ribarroja- y caminar hasta la entrada misma de Pobla de Massaluca (Terra Alta), frente a las tapias de su cementerio, una bala le heriría en un tiroteo el mismo día de su 18 cumpleaños, el 1 de agosto de 1938.
Le evacuaron a Barcelona, se recuperó y se libró de una muerte casi segura, alistándose en la ciudad a la guardia de asalto. Quizá por esto nunca nos habló demasiado de todo aquello: quizá se sentía algo culpable por haber sobrevivido a una masacre en la que tantos miles de jóvenes de su edad perecieron, miles de muchachos catalanes tan apolíticos, perplejos y horrorizados como él.

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En sus cartas desde el frente son recurrentes las alusiones del joven Josep a la buena salud y a la comida, lo que delata las angustias compartidas de esos tiempos de guerra:

“Desearía que al recibo de la presente os encontrarais con el más perfecto estado de salud, la mía por el momento actual es inmejorable, lo mismo que mis compañeros Andrés y Font” (17 de junio de 1938). “Ahir diumenge per la tarde vareig rebre la vostra carta del 20 del corrent, per la que veig el vostre bon estat de salut, pel cual jo m’en alegro moltíssim, doncs és el que més desitjo. Jo, com podeu comprovar en aquesta, estic estupendament bé, lo mateix que els meus amics Andrés i Font” (27-6-38).

Su máximo empeño es siempre el de tranquilizar a sus seres queridos, y para conseguirlo se aplica en exagerar sus diversas comodidades y la excelencia de sus comidas. Así, en la carta del 17 de junio relata que ha desayunado “un buen plato de café con dos rebanadas de pan tostado y luego dos tostadas más untadas con aceite, sal y un trozo de chorizo”, y que a la hora de comer “he comido un plato de patatas estofadas con carne, un trozo de chusco y un trago de agua fresca, y andando”.

Y así relata que acaba de llegar un paquete de comida enviado por sus padres:

“¡Mira! En este momento entra por la puerta de la oficina nuestro compañero Bayo, o sea este muchacho que vino con permiso, y abajo en la puerta me espera el Emilio Andrés, que me hace entrega también de otro paquete vuestro para mí, el cual es una cosa seria” (carta del 27 de junio).

Del contenido de este paquete dará buena cuenta esa misma noche y al día siguiente, 28 de junio de 1938:

“Ayer noche para cenar probé el jamón, pues no sé si será el tiempo que no lo había probado, que lo encontré riquísimo, siendo a más que había motivo para que lo fuera, por tratarse de un jamón de cosecha propia. Esta tarde para merendar me haré la ‘exqueixada’ con la cebolla y las aceitunas, pues más de una me hubiera comido, si no fuera que nos dan siempre el bacalao hervido o frito, así es que con estos bocadillos que me voy a tirar estos días ‘ni el rey’”.

El joven Josep Amela, “en campaña”, se aplica en su particular campaña: en todas las líneas que escribe pugna por comunicar el mejor ánimo a sus padres y hermanos.

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Una vez ponderados tan suculentos envíos de comida, Josep Amela rogará a sus padres que no hagan tantos esfuerzos por él:

“Sabréis queridísimos padres y hermanos que esta mañana ha llegado a esa nuestro buen amigo Emilio, el hermano de José Andrés, el cual después de estar charlando un buen rato los dos sobre asuntos de retaguardia, o sea, de la familia y demás, me ha entregado el paquete que tan buenamente me habéis mandado, cosa que os lo agradezco muchísimo, pero por otra parte pienso que a lo mejor os hará más falta que a mí, y si así fuera dejaréis de mandar nada, que yo os lo agradezco de igual forma, porque aquí comida no falta y muchas veces, ¡olé!, pues más de una vez os lo he contado. Así que echa esta aclaración, vosotros mismos” (12-7-38).

En la postdata de su carta del 15 de junio ya había escrito esto:

“Cuando me contestéis, ya me diréis si os dan mucho Economato y como váis de comida por aquí”. La respuesta debió de ser favorable, pues en un margen de su carta del 27 de junio, Josep Amela escribe: “Me alegro que os vayan dando alguna cosilla en el Economato, que supongo no se debe ir muy harto en Barcelona…” Y será él, el preocupado hijo, el mayor de los hermanos varones quien, a su vez, intentará remitir algunas provisiones a su familia, como explicita la postdata de la carta del 12 de julio: “He podido entregar el chusco al Emilio, que saldrá ahora a las dos, después de comer, con el camión que sale a esta hora todos los días. Besos y abrazos de vuestro hijo y hermano, José.”

José Amela coló “el chusco”. ¡Un chusco! Un chusco es un panecillo. Un panecillo para sus padres y sus cinco hermanos, cabe Sant Andreu, allá en Barcelona. La guerra, qué miseria más grande.

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Apenas se desliza una sola queja en las seis cartas del joven Josep Amela. Y si alguna asoma, enseguida la diluye y minimiza. En su carta del 17 de junio, por ejemplo, explica así que ha tenido que sobrellevar bastantes noches sin una triste manta con la que cubrirse para dormir:

“Debo deciros que es tan monótono todo esto que no tengo tema para poderos contar, pues aquí lo más que uno puede hacer es hacer saber a sus padres y conocidos que está bien y nada más, pero en este momento se me ocurre una cosa, voy a contaros lo que he hecho en el día de hoy.
“Pues por la mañana me he levantado a las seis y media. Lo primero que he hecho es sacar las mantas al sol. Digo mantas porque he sacado la mía y la del comisario, pues no os creáis que tengo dos, pues es todo lo contrario, que he estado una semana por lo menos sin manta. Se me perdió aquel mismo día que tomó daño nuestro amigo el paleta, y por cierto que a él también se le ha perdido, pero vamos, ahora ya tengo otra y esto no tiene importancia”.

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Pero la verdad es que lo de mantas y ropa en general sí debía de tener su importancia en aquel frente en constante desplazamiento de un enclave a otro. De hecho, cuando Josep Amela enumera a su familia sus plácidas actividades “del día de hoy” (17 de junio), detalla que, después de desayunar, “he estado media horilla leyendo el periódico de ayer, he ido a cortarme el pelo y luego me he tomado un baño ¡pero de lo lindo! (pues estamos en un sitio que hay mucho agua), y al mismo tiempo me he lavado ‘el mallot, los calzoncillos, la toalla, dos pañuelos y los calcetines’ y resulta que en todo esto se ha hecho la hora de comer”…

El joven Josep Amela entrecomilla sus prendas de ropa lavadas, como si con las comillas enmarcase un tesoro textil. Parece que se daba entre el frente y la retaguardia un valioso trasiego de prendas de vestir (por muy mínimas que tales prendas puedan resultarnos hoy), como se desprende de esta anotación a pie de carta (27-6-38):

“Me entregó también el Emilio las 50 ptas. Yo le entrego un paquetito que hay unos calzoncillos y un par de calcetines del Martorell, y la bufanda y la camisa mías”.

Más allá del dinero, eran estos objetos tan valiosos como el oro. Y tan valiosos como el papel, los sellos, los sobres y una estilográfica, que es lo que pide Josep Amela a su familia en otra carta. Ah, y los cigarrillos (aunque sean sólo dos): “Recibo por el momento todos los sellos, papel y sobres que me mandáis, incluso los dos cigarrillos, pues estaban muy buenos, y más sabiendo de dónde y de quién venían”.
Mi tío José, claro, siguió fumando durante la mayor parte de las casi siete décadas que siguieron.

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