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Mi tío Josep Amela ‘en campaña’, 1938 | Seis cartas camino de la batalla del Ebro (séptima parte)

07/08/11 por Victor Amela

No sé qué trabajo desempeñaba exactamente el joven Josep Amela en las oficinas del frente, pues él no lo detalla en sus cartas. Sí hace saber que es un trabajo sin dificultad, rutinario, escaso y muy sencillo para él. No en balde Josep Amela era un joven bien alfabetizado (¡admira hoy leer el pulcro y correcto castellano y catalán de sus cartas!) y bregado ya en los archivos de las oficinas de la casa Pirelli desde los 14 años de edad.

“Debo deciros que es tan monótono todo esto…”, “(…) y todos los días por el estilo, fuera que en vez de lavar y todo esto, se hace alguna tontería en la oficina” (17 de junio); “la compañía se ha marchado a fortificar, pero yo me he quedado en la oficina junto con el comisario” (mañana del 13 de julio); “Ahora en este momento estamos en la oficina tres o cuatro solucionando a ver si nos dan suministro o no para comer, pues ayer por la tarde se marchó toda la compañía a un festival que organiza la Brigada que está a unos doce kilómetros de aquí, y nosotros, por no tener que hacer esta caminata de 24 kilómetros entre ir y volver, nos hemos quedado aquí y no nos dejaron casi nada, pero como volverán esta misma noche, me parece que nos lo pintaremos al óleo” (19 de julio).

A lo que inmediatamente añade, con aire entre despreocupado y pícaro:

“por más que sin comer no nos quedamos, ¡esto es viejo!, ¡vaya pintas nos estamos volviendo para este asunto de tanta importancia para nosotros!”

* * *

El caso es que Josep Amela se afana en hacer saber a sus padres que “estoy semi-enchufado”, como dice él mismo en una carta, para tranquilizarles con respecto a su estado: “yo aún es la hora que tengo que tocar un pico o pala”, asegura al explicar los trabajos de fortificación que está realizando infatigablemente su compañía… Por mucho que persevera en maquillar su situación con los más apastelados colores, no puede disimular que es un chico de 17 años muy apegado a su familia, a la que añora terriblemente. Eso aflora de continuo entre líneas en todas sus cartas. El joven Josep Amela tiene dos hermanos menores -Francisco y Victor- a los que dedica besos y pescozones cariñosos en las postdatas:

“Muchos besos para el Victet y el Francisquet, y al mismo tiempo un tirón de orejas para que se enfaden un poco. Pepito” (Postdata a la carta del 17 de junio). “¡Besos a los niños!” (27-6-38); “Muchos besos para el Victet y Francisco de mi parte y que no sean malos, o si no cuándo vuelva les pegaré un tirón de orejas” (19 de julio).

Y también piensa de modo muy particular en su madre, “la mamá”, preocupado por lo que ella estará sufriendo por él:

“Me’n alegro moltíssim que la mamá estigui més conformada, doncs feu bé en dirme-ho, així jo estaré també molt més tranquil, essent de totes formes que no toca altre remei, i a més estant bé com estic, tant de salut com de tot” (carta del 27 de junio.

Josep Amela se dirige a sus hermanas mayores, Carme, Custòdia y Mercè, que son las que le escriben en nombre de la familia, puesto que sus padres son casi ágrafos). Y en otra carta escribe íntegramente una parte sólo para su madre, en estos términos:

“Queridísima mamá: he probado ya los rollitos hechos de usted misma y debo decirle que es usted muy irónica, ¡mira que decir que sabe que no me gusta el licorete! ¡Vamos, hombre, y que no me lo he bebido y continuaré bebiendo a gusto que digamos!
“Mamá, es la una de la madrugada y termino esta carta para dársela a Emilio, porque nos marchamos esta noche mismo a un pueblo o dos más p’allá seguramente a fortificar. Buena suerte. José”.

Como se ve, mi tío Josep apreció desde jovencito las libaciones exquisitas de espirituosos de diversa graduación, una sensibilidad que supo mantener con los convenientes buen tino y templanza durante el resto de su vida.

Acabamos de conmemorar el 70 aniversario del final de la batalla del Ebro, la más cruenta de la historia de España: calculan los historiadores que murieron 50.000 personas por bando. Allí dejó la piel lo mejor de la juventud catalana, chicos de 17 y 18 años, enviados al matadero por su Gobierno. Allí cumplió 18 años mi tío Josep Amela. Pocos días antes de cruzar el Ebro envió a su familia unas cartas que ahora hemos recuperado del fondo de un cajón, después de su muerte. Nunca le apeteció hablarnos de aquellos terribles días. Aquí van los últimos extractos de estas cartas.

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