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Mi tío Josep Amela ‘en campaña’, 1938 | Seis cartas camino de la batalla del Ebro (segunda parte)

07/08/11 por Victor Amela

A las afueras de Pobla de Massaluca, una bala impactó en el cuerpo del soldado que caminaba a la izquierda de mi tío. Al verle caer, malherido –muerto, de hecho-, mi tío se volvió hacia él. Esa torsión del tronco evitó que le atravesara el pulmón derecho la bala que en ese momento le llegaba al pecho. El ángulo de entrada de la bala no resultó mortal. Mi tío Josep, por tanto, tuvo la fortuna de ser herido a los siete días de comenzada la batalla. Esa batalla que duraría 113 días, desde el 25 de julio hasta el 16 de noviembre de 1938, esa batalla terrorífica fijada en los libros de historia como “batalla del Ebro”. En los tres meses y pico de esa batalla dejaron allí la vida 10.000 jóvenes por el bando de la República, y 7.000 por el bando sublevado. Una masacre. A Josep Amela le salvó de aquella matanza una bala perdida en la Pobla de Massaluca.

Vendrían luego otros espantos más sordos, los de la resignación, la humillación y el silencio.

*    *    *

A mi tío Josep no le apetecía rememorar aquel periodo de su vida: le pregunté a veces por su peripecia bélica, y nunca mostró interés alguno por entrar en detalles. O quizá yo no supe preguntarle… Nunca me habló, por ejemplo, de sus cartas desde el frente. Unas cartas que han aparecido ahora, al vaciar su casa en la Trinitat Vella, después de su fallecimiento. En esa casa había nacido y en esa casa vivió siempre, soltero, hasta su muerte. La habían construido sus padres, tocho a tocho, al poco de llegar a Barcelona, en el año 1914, recién casados en la parroquia de Forcall, pueblo dels Ports de Morella (al norte de la provincia de Castellón, limítrofe con Aragón y Catalunya), de dónde emigraron huyendo de carencias y necesidades, buscando una vida más próspera.

Sobre la puerta de esa casa de la Trinitat Vella colgaron sus padres el cartel de “ALPARGATERIA”, y allí vendían las “espardenyes” de cáñamo que se hacían enviar desde Forcall mediante la recadería del tío Chimolín.

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