¿Dónde estaba Josep Amela? ¿Desde dónde escribía sus cartas? ¿Desde qué enclave del frente? La carta del 27 de junio (en su añadido del día 28 por la mañana) da buenas pistas al respecto. En esos párrafos intenta convencer a sus padres de que no le envíen ropa ni objetos, pues le pesarán en los desplazamientos a pie, y cita tres nombres de lugares por los que se han movido:
“Os ruego que por muchas ocasiones que tengáis, no me mandéis nada de ropa ni ningún otro objeto de esta clase, pues a más de no hacerme falta nada, ya voy demasiado cargado, siendo que a veces se presentan ocasiones que lo tirarías todo, por ejemplo cuando tenemos que hacer una marcha a pie de 20 ó 25 kilómetros, que hemos hecho más de una, o si no preguntarlo a nuestro apreciado amigo Martorell, que él os informará personalmente, excepto de la que hicimos del frente a Montfalcó pasando por Mongai, que él ya no estaba, y que también fue una marcha de alivio. Luego de Montfalcó, que estuvimos dos o tres días, nos vinimos aquí a Almenara, que ayer hizo tres semanas que estamos, menos tres días que hemos estado unos cinco kilómetros apartados haciendo fortificaciones”.
He consultado un mapa para constatar que Montfalcó, Mongai y Almenara son enclaves de la Terra Ferma, en los límites leridanos con la provincia de Huesca. En ese frente del Segre se dedicaron las tropas republicanas a fortificar posiciones, a pico y pala.
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En todas sus cartas, el joven Josep Amela se desvive por tranquilizar a su familia, por convencerles de que está bien, de que nada malo le sucede. Para lograrlo, alude a menudo a lo que bien que come, y también a cómo se aburre en sus labores en el despacho de oficiales al que está destinado. Es decir, subraya a su cómoda situación en el frente, favorecida por su relación amistosa con un comisario. Este comisario debía de ser un conocido de la familia Amela por vecindad de barriada, como se infiere de este párrafo (carta del 15 de junio de 1938):
“Referente a esto del comisario, pues sí que es éste que decís vosotros. Precisamente creo que habrá venido a veros su esposa aquí, y ella os habrá explicado lo que hace al caso. El comisario me ha dicho que os pregunte qué cobrador pasa a cobrar el agua. Pues sí, como os decía la otra vez, es un buen muchacho y estoy muy bien con él”.
Vemos que a nuestro entrañable comisario (un psuquista, seguramente, según vagos recuerdos de mi padre, muy niño por entonces) le preocupaba más la visita del cobrador del agua a su domicilio barcelonés que toda la guerra entera…
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De todos modos, pese a la insistencia del joven Josep Amela en que todo está tranquilo en el frente, hubo al menos una escaramuza bélica que no pudo ocultar a su familia en sus cartas. Y no podía ocultarla porque en esa balacera resultó herido un tal Martorell, “nuestro apreciado amigo Martorell” (carta del 27 de junio), que sería evacuado a Barcelona, y que parece ser del mismo barrio de la familia Amela o muy próximo a ella. La escaramuza debió de acaecer en mayo, pues en la carta del 15 de junio explica Josep Amela que perdió su manta “aquel mismo día que tomó daño nuestro amigo el paleta” (aunque aquí no sé si se trata del mismo Martorell o de algún otro conocido).
He sabido que por esos días hubo en aquel frente una matanza terrible de soldados de la “lleva del biberó” en una ofensiva contra una cima llamada “Merengue”, cerca de Balaguer. Muchos reclutas no sabían ni cargar el fusil, y cayeron como moscas. Mi tío se libró, seguramente porque no fue enviado a primera línea a causa de sus tareas de oficina. Muchos de su quinta, asustadísimos, se pegaban un tiro en algún dedo de la mano para que los evacuasen del frente, de tan horrible que debía de ser aquella lluvia de fuego. Los mandos republicanos, después de curarlos, los fusilaban por desertores, para que no cundiese el ejemplo. Esta es la sórdida, amarga y verdadera cara de la guerra.
En la última de sus cartas, la fechada el 19 de julio de 1938, Josep Amela se interesa por el “buen amigo Martorell”:
“Ya me diréis también cómo sigue nuestro buen amigo Martorell, pues desearía que fuera mejor de la herida que sufrió en aquel día tan trágico como fue para todos nosotros, al mismo tiempo que le dais muchos recuerdos de mi parte de Font y Andrés, y le decís que debemos verle muy pronto y restablecido de todo mal”.
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En su personal campaña por persuadir a su familia de que está sano y salvo, Josep Amela se alarma bastante en cierta ocasión en que sospecha (por lo que le refiere un tal Bachero) que a sus padres ha podido llegarles la falsa noticia de que él resultó también herido en la misma escabechina bélica de mayo. Y para deshacer tan torturante entuerto, el joven Josep Amela escribe este vehemente párrafo a su familia en su carta del 14 de julio de 1938:
“La advertencia que os hago, que vosotros no sabéis a qué me refiero, es que el otro día, cuando vino el Bachero, me dijo que os habían dicho a vosotros que yo también había tomado daño en el mismo ataque en que resultó herido nuestro buen amigo Martorell, cosa que cómo habéis visto es completamente mentira. Pues la advertencia es esta: que no hagáis caso de nada ni de nadie de lo que os digan. Así que entendidos, ¡eh!”
¡Vivir con la idea de que sus padres y hermanos sufrían por su causa debía de resultarle al joven Josep Amela un peso más insoportable que el de la propia guerra!
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En cinco de sus seis cartas, el joven Josep Amela cita a “mis compañeros Font y Andrés”, informando a la familia de que se hallan en tan perfecto estado de salud como el suyo propio. Se trataba, pues, de jóvenes de su mismo barrio, cuyas familias eran conocidas de la familia Amela. El joven Josep Amela los cita siempre para que se sepa que están bien. Sus cartas no citan el nombre de pila de Font, pero sí el de Andrés: José Andrés. También explica que este José Andrés tiene un hermano, Emilio Andrés, que, según se deduce de las cartas, desempeña servicio de correo entre el frente y Barcelona, pues trae y lleva algunos paquetes de casa de la familia Amela al frente y viceversa.
Cuando terminó la guerra, después del castigo de pasar unos meses en el campo de concentración del Puerto de Santa María (Cádiz), tanto Josep Amela como José Andrés tuvieron que cumplir con el servicio militar obligatorio en las filas del ejército vencedor, que les tuvo pringados ¡hasta 1945! Así lo atestiguan unas fotografías que mi tío Josep mantuvo metidas en un sobre, en cuyo anverso escribió “servicio militar”, y que ahora hemos encontrado. En las fotografías se le ve a él y a otros (¿alguno es José Andrés?) en ejercicios de tiro en el Camp de la Bota, con su uniforme de soldado franquista, recluta del 4º Cuerpo del Ejército (Capitanía de Mar).Según recuerda mi padre de comentarios del tio Josep, durante una de las visitas de Franco a Barcelona en esos primeros años de su régimen, alguien escribió en una pared del cuartel esta celtibérica frase: “Franco es maricón”. Resultó inculpado como autor de la invectiva nuestro José Andrés, a resultas de lo que el pobre padeció crudísima reclusión durante casi dos años en los calabozos del castillo de Montjuïc.
(Continuará)