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Mi tío Josep Amela ‘en campaña’, 1938 | Seis cartas camino de la batalla del Ebro (cuarta parte)

07/08/11 por Victor Amela

En campaña. 15 de junio 1938.

Queridísimos padres y hermanos: acabo de recibir vuestra carta del 9 del corriente mes, junto con una tarjeta postal de casa la padrina, por las cuáles veo que estáis bien, pues esto es lo que más deseo. Yo, por el momento actual, junto con mis dos compañeros Andrés y Font, estoy, o sea, estamos perfectamente, como podéis comprobar”.

Así arranca la primera de estas cartas del joven Josep Amela “en campaña”, desde el frente, dónde se encontraba movilizado desde el mes de abril. El gobierno de la República, con refrendo del de la Generalitat, había ordenado ese mes la movilización de la quinta de 1941, es decir, de todos los varones que durante el año 1938 cumplían 18 años. Mi tío los cumplía el 1 de agosto. Así es que con 17 añitos tuvo que presentarse (él y tantos otros niños como él) en el centro de reclutamiento con “una manta, calzado, un plato y cubiertos, todo en buen estado”, como ordenaba el decreto.
De esta primera carta del día 15 de junio, que alude a anteriores misivas (hoy desaparecidas), se desprende que la correspondencia es constante en el tiempo y ha ido trenzando una buena sucesión de cartas, lo que alegra al joven, pues “veo que las vais recibiendo todas, lo mismo que yo, pues estas últimas en cinco o seis días llegan a mis manos”. Y, contento ante este correcto funcionamiento del correo, añade: “Ahora estoy mucho más animado porque recibo tanta correspondencia que parezco una casa de comercio”.

Recibir en el frente de guerra una carta de la retaguardia, y más aún si era de la familia, debía de suponer media vida. Algo así como recuperar la otra media vida que había quedado atrás, esa vida de la que el joven Josep Amela había sido escindido de un día para otro. Una vida que consistía en trabajar cada día para aportar algo de dinero a la estrecha economía familiar, una vida en compañía de padres y hermanos, una vida con algunos momentos de esparcimiento con los amigos. Esa vida que ansiaba recuperar. Esa vida que ya nunca volvería a ser la misma.

* * *

En campaña. 12-7-38.

Queridísimos padres: el motivo de escribiros estas cuatro letras es para haceros saber mi buen estado de salud como de costumbre, deseando infinitamente os halléis en igual situación que la mía, que a buen seguro estaréis algo peor que yo en casi todos los conceptos, pues vosotros estáis sufriendo una serie de sustos y demás ‘que pa qué’, cosa que yo aún es la hora que tengo que pasarlo”.

Así arranca esta carta –la transcribo literalmente, como todas, sin correcciones de ningún tipo- escrita casi un mes después de la anterior, con un encabezamiento similar y con una alusión del joven Josep Amela a los bombardeos que aquellos días padecía la desventurada ciudad de Barcelona.
Esos bombardeos en varias ocasiones hicieron correr a sus padres y hermanos hacia los refugios subterráneos de Ca’l Cagamantas, en la Trinitat Vella, en la carretera de Ribes, entre los aullidos de las sirenas de alarma. Los bombardeos de los sublevados sobre la ciudad de Barcelona habían comenzado el 16 de marzo de 1937 y no cesarían hasta principios de 1939, casi hasta el final de la guerra, matando a dos millares de barceloneses. Fue el primer bombardeo aéreo sistemático y masivo sobre una población civil en todo el mundo occidental. Churchill señalaría a los barceloneses como ejemplo de valor cuando los londinenses afrontaban las bombas de Hitler.
Josep Amela les dice a los suyos en esa misma carta lo que desearía, lo que preferiría antes que estar en la oficina del frente tan a salvo y tan tranquilo (como él siempre insiste que está):

“Eso no quiere decir que no tenga ganas de venir y poder estar junto con todos vosotros, aunque tuviera que soportar toda esa serie de martirios, pues solamente os lo digo para vuestra tranquilidad hacia mi persona, primero, y porque es una verdad como un templo, segundo”.
Este conocimiento de los padecimientos barceloneses lo explicita asimismo una semana después Josep Amela en la última de sus cartas, fechada el 19 de julio de 1938, en la que no puede disimular cierta angustia:

“Hace ya tres o cuatro días que no recibo carta vuestra y la espero con ansia, por la alegría que me proporciona el poder comprobar que no os ha ocurrido nada en la serie de bombardeos que se efectúan en ésa, pues por lo visto estáis en constante peligro”.

Y, para tranquilizar a su vez a su familia, sigue así:

“cosa que yo no lo sufro por el momento actual, pues aquí donde hace mes y medio que estamos no se conoce la guerra en lo más mínimo”.

Seis días después Josep Amela cruzaba el río Ebro…

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