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CRÍTICA DE TV | Matrimonio por interés

03/07/11 por Victor Amela

CRÍTICA DE TV

Matrimonio por interés

Víctor-M. Amela

La crisis menárquica de Rosa Benito provocará en muchas mujeres españolas una catarsis conyugal

PANTOJA-VASILE.

Del mismo modo que Isabel Pantoja se casó crematísticamente con Julián Muñoz, se ha casado ahora con Telecinco, y exactamente por los mismos motivos. Con esta boda de reyes catódicos, Isabel Pantoja soluciona su horizonte económico, de entrada. Lo que no sabemos es qué hará Isabel Pantoja en Telecinco: ¿acabará convirtiéndose en la nueva Belén Esteban, será la sucesora de la Princesa del Pueblo? ¡Tiembla, Belén! Es cierto que, en principio, este matrimonio de conveniencia está reportando audiencias a Telecinco y una nueva imagen a Isabel Pantoja (ahora, como madre amantísima de su dicharachero hijo Kiko Rivera, antes Paquirrín, ahora estrella televisiva). Pero cabe preguntarse también cómo acabará este matrimonio interesado, pues hay que recordar que el anterior ayuntamiento acabó con la pareja de Isabel Pantoja en la mismísima cárcel. ¿Ya sabe Vasile lo que está haciendo al desposar a Isabel Pantoja? La apuesta es fuerte y arriesgada: Isabel Pantoja, la viuda de España, la cínica domadora mediática de «dientes, dientes, que es lo que les jode», es muy capaz de acabar hundiendo a Telecinco en un agujero negro.

«¡QUIERO VIVIR!» Más barata y eficaz me parece la trama planteada desde la isla de Supervivientes (también en Telecinco) por Rosa Benito, cuñadísima de aquel otro icono folklórico que fue Rocío Jurado: después de unas semanas asilvestrada entre arenales y palmeras caribeñas, la señora Rosa Benito ha mirada a cámara para decirle a España: «No he ido al cine, no he salido, he perdido mi juventud, no he vivido: ¡quiero vivir!». Lo ha dicho mirando a los ojos de millones de mujeres españolas que, al instante, habrán pensado: «Es verdad, es verdad, ¡yo tampoco he vivido!». Y la simultánea imagen del rostro perplejo y expectante de su señor marido (Amador Mohedano) en un recuadro inferir de la pantalla, escuchando las vindicaciones históricas de su esposa, seguro que ha tenido un efecto catártico en miles de domicilios españoles, de modo que las señoras maduras habrán mirado de reojo al señor que tienen al lado en el sofá de casa y también habrán pensado: «¿Merece la pena seguir al lado de este trasto? Y yo, ¿qué? ¿Qué hay de lo mío, eh, qué hay de lo mío? ¡Quiero vivir!». La crisis menárquica de Rosa Benito, desmelenada capilar y anímicamente, habrá redimido la frustración de cientos de miles de mujeres españolas, aunque sea sólo un ratito. La cadena de televisión ha enviado volando a aquella isla al señor Mohedano: ¿veremos ahora un acoplamiento y una vuelta a la previa rutina conyugal, o veremos en directo un psicodrama matrimonial sin retorno? En cualquier caso, será el espejo y la representación de estados de ánimo de muchas parejas longevas que, pegadas al televisor, vivirán el espectáculo como lo vivían los antiguos griegos en las tragedias de sus teatros catárticos. Prepárense los bufetes de abogados para una cadena de acuerdos de separación y de desacuerdos emocionales. La televisión, jugando, jugando, ha tocado aquí una fibra sensible, desvela realidad y la cataliza. Y extrayéndole rendimiento comercial.

ÍÑIGO. A José María Íñigo le ha premiado la Academia de TV por su trayectoria profesional. Íñigo ha intuido el peligro: «Si es jubilatorio, ¡devuelvo el premio!». No había acabado de hablar cuando dos presentadoras aturulladas estaban ya sacándolo del estrado. Ha sido un momento muy poco elegante.

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