Víctor-M. Amela
José María Íñigo es un icono de mi niñez. Si ponías la tele en los años 70, era muy fácil toparte con él y sus bigotones y sus invitados (aquel señor que aporreaba una puerta, aquel señor que doblaba cucharillas, aquellos famosos y famosillos del momento…). Es lo que había: ponías la tele y te salía Íñigo… pues no había más canales que el suyo (y otro con interferencias, el UHF).
Ahora, José María Íñigo – flamante galardonado por la Academia de Televisión en homenaje a su carrera-se nos pone nostálgico y nos dice que la televisión de hoy es «una porquería». A Íñigo no le gusta que la gente mire lo que mira, lo que elige mirar. A Íñigo le gusta la televisión de una época en la que no podías elegir. Yo prefiero que la gente tenga dónde elegir y mire lo que elija mirar. Otra cosa será que haya más o menos variedad y que me guste o no lo que gente elige. Íñigo exige contenidos más elevados en televisión, y alude a Belén Esteban como contraejemplo, como muestra de lo que no debiera existir en televisión por «baja calidad» y «falta de talento».
El talento útil para una cadena privada es el que logre que mucha gente la mire mucho tiempo (no el de redimirnos de nuestras miserias). Lo que pide Íñigo equivale a pedirle a una piedra que no caiga al suelo cuando la lanzas al cielo. Si una cadena privada pone a Belén Esteban en pantalla y la gente elige mirarla… ¿quién es el guapo que le dice a la cadena que la quite? Equivaldría a desautorizar el libre comercio y la propiedad privada (aunque esto de la propiedad privada va de capa caída, visto cómo las autoridades han tratado los efectos personales de los acampados en la plaza Catalunya: las autoridades han actuado contra la base del sistema capitalista, que se funda en el derecho a la propiedad privada y en el respeto y defensa de este derecho, de lo que deduzco que los verdaderos antisistema son nuestras autoridades, más que los ingenuos acampados, que no le hacen ninguna pupa al sistema).
Íñigo reprocha a la televisión que persiga la «rentabilidad máxima» y el «éxito inmediato»: ¿no es eso lo que persiguen todas las ramas de la economía española (con menor que mayor acierto)? Para un negocio que rinde…
De lo que se trata, amigo Íñigo, no es de censurar, sino de ofrecer nuevos contenidos que compitan con los que no nos gustan y que, en buena lid, rindan el beneficio preciso para amortizarse a sí mismos. Y de seguir inventando, en vez de volver a Directísimo.