Tengo 71 años. Nací en La Seu d’Urgell y vivo en Barcelona. Soy escritor. ¿Estado civil? ¡Nada! ¿Ideas políticas? Soy liberal, un liberal psicodélico. ¿Creencias religiosas? No tengo; me siento taoísta, busco el gozo de fundirme con el todo. Ahora gusto de leer a autores ingleses.
¿Quiénes fueron sus maestros?
Ortega y Gasset, Joan Mascaró, Russell, Huxley, Koestler, Watts, Krishnamurti y el tao.
¿Por qué Ortega?
El español piensa confuso y prolijo, y Ortega enseñó a pensar claro y preciso. El español cree que para ser profundo hay que ser oscuro… ¡y es lo contrario! ¿Conoce la anécdota de Xènius?
¿Cuál?
Escribe un artículo y, antes de enviarlo, se lo lee a su sirvienta: “¿Se entiende?”, le pregunta. Y ella: “¡Sí!” Y él: “Ah, entonces, ¡oscurezcámoslo!”. Qué defecto tan español…
¿Quién era Joan Mascaró?
Un sabio mallorquín que traducía del sánscrito. Visitarle en Cambridge en 1966 giró el interruptor de mi cerebro: me recitó poemas védicos, místicos, taoístas… Todos sobre el concepto de la diversidad en la unidad.
¿Cómo llegó a él?
Un amigo quería rodar un 850 y le acompañé: ¡llegamos a Cambridge! Allí conocí a un sij que cantaba los upanishads en sánscrito. Le pregunté cómo leerlos, me habló de un traductor al español: Mascaró. ¡Y vivía allí!
Casualidad.
No: causalidad. Más allá de las rutinas del reloj cósmico, si sucede algo raro significa que el cosmos ha invertido mucha energía para que suceda. Así que lo aparentemente casual… ¡es lo más causal de todo!
¿En qué le influyó Bertrand Russell?
En 1919, fue el primero en viajar a la URSS para ver qué era el comunismo real, y lo contó: ¡un desastre! Y a sus 93 años, era manifestante antinuclear… Para los comunistas era un facha, ja, ja: ¡los fachas eran ellos, claro! Él era un liberal… ¡Yo intento serlo!
También le habrán llamado facha…
Los comunistas españoles, esos franquitos: de tanto obsesivo pensar en Franco, ¡se les pegó! Marxistas, policías del pensamiento.
¿No fue usted nunca marxista?
Al llegar a Berkeley yo era un economista materialista, ingeniero mecanicista, un racionalista… ¡y volví curado!
¿Sí? ¿Qué era cuando volvió?
Psicodélico, ecologista, hippy, liberal: ¡entendí que el mundo está en la conciencia!
¿Le entendieron aquí sus colegas?
Estaban en el molinillo marxista, me tildaban de agilipollado. Los primeros artículos sobre ecología en España ¡los publiqué yo al volver de Berkeley! en Revista de Occidente. Y Vázquez Montalbán pontificó: “El ecologismo es un desviacionismo pequeñoburgués para apartarnos de la lucha de clases”.
¡Y hoy es bandera de la izquierda!
¡Fueron los hippies los que activaron la única gran revolución cultural del siglo XX!
¿Qué más aportó el hippismo?
Liberación sexual. Igualdad de mujeres y hombres. Derechos de gays y minorías. Crecimiento personal. Hedonismo… ¡Lo que hoy (casi) todos asumimos! ¡De esa semilla, no de la economía o la política, vendrá la siguiente revolución, que no lo será si no lo es de la conciencia! ¿Qué papel tuvo Aldous Huxley? Decisivo: si alguien tan sabio y lúcido lo era pese a ingerir LSD, ¡tan malo no sería!
¿Y lo probó?
Sí, y experimenté aquello que Mascaró me había contado: sentí la unidad de todo tras la diversidad de las cosas. Accedí a un estado extraordinario de conciencia y entendí.
¿Por eso se define como psicodélico?
Sí, comprendí el cerebro como filtro que pinta el mundo. Mi ego se desvaneció, sentí la realidad completa. ¡Una toma de LSD debería ser administrada a cada joven de 18 años por el Ministerio de Educación!
Me citaba también a Watts, Krishnamurti, el tao…
Fecundaron con filosofía oriental nuestro mundo occidental: Watts con el zen, Krishnamurti con el hinduismo…
¿Y el tao?
Ancestral filosofía china que invita a fluir con los ritmos vitales de la naturaleza. El judeocristianismo conmina a dominarla…
¿Y qué le aportó Koestler?
Comunista ferventísimo, apostató. Sionista por judío, apostató. Estuvo en todas las guerras, incluida la nuestra: encarcelado, experimentó una vivencia mística. Y acabó promoviendo una ciencia holística, investigando la telepatía… ¡Qué gran mente liberal!
¿Liberal equivale hoy a neocon?
¡No! Un neocon es facha y dogmático.
¿Y qué propugna un liberal?
Que el capitalismo reglado es el sistema que mayor grado de bienestar puede procurar a la sociedad actual. Un capitalismo social, socialista, y por eso hoy es ocioso diferenciar liberalismo de socialismo: ¡son lo mismo, todos somos capitalistas y socialistas! Eso es el capitalismo liberal.
Liberal es un término español, ¿no?
Sí, aportado por las Cortes de Cádiz al mundo: ¡de ahí lo tomaron los ingleses! España es un país tan cargado de cainitas, fachas y cafres, ¡que de vez en cuando genera algunos generosos liberales, para compensar!
¿Lo era Dalí?
¡Dalí ha sido la persona más genial que he conocido! “Rodéese de gente rica y guapa, que todo se contagia”, me aconsejó… Siguiendo su consejo, lo que yo he procurado ha sido rodearme de gente sabia y buena.
¿Y en qué anda ahora?
En la búsqueda espiritual.
¿Qué busca?
El gozo. Fundirme con todo.
¿Muriéndose?
Si lo logro sin morirme, ¡mejor!
Luminarias
Vivió en el Berkeley de las flores del 68, experimentó con LSD y cambió el paradigma materialista por el psicodélico, el racionalismo por el éxtasis, la economía por la conciencia. Vivió en una comuna en el Putxet, homenajeó su solar pirenaico en la novela Cercamon, teorizó el paro y el ocio, el Mediterráneo y los bárbaros del norte, Grecia y el Renacimiento, Leonardo y Llull, desde su reclusión en Cinc Claus, en el Empordà. Racionero es un conversador deslumbrante, un erudito y un sabio. Su trato con varias luminarias del siglo XX le han dejado una huella que ahora ha querido documentar en Memorias de un liberal psicodélico (RBA), premio Gaziel de Biografías y Memorias.
En verano, a la una de la madrugada, se produce un nudo de sombras y silencios que agita la densidad de agosto, mes maduro y proclive en jugos que se insinúan hasta la piel para que los devoremos; hasta los libros parecen contagiarse de esa promiscuidad, y si te cae entre las manos como si cayera de un árbol, un libro como el de Racionero, hasta el farol del patio que ilumina tu silla, cae alucinado inclinándose para compartir la lectura e iluminar el estado en que te sume el libro.
Extiendes las plantas de los pies, cosquilleas la planta vegetal cercana, escuchas el latido al que alude Racionero cuando revive, sin hacer apología de las drogas, los instantes en los que experimentó con LSD, y te adentras en el jardín del conocimiento mientras escuchas lo que lees; circulas por América, te reconoces en su época, y piensas que la forma que adquiere su estilo rebosa inteligencia.
Racionero analiza el filtro protector que envuelve la percepción en su estado «normal» para preservarnos de un permanente estado de éxtasis que iría en detrimento de nuestra salud. Evoca las experiencias que de modo controlado -aunque parezca una paradoja- vivió bajo los efectos de LSD. Explica cómo una vez abierta la percepción, sintió el latido de los elementos naturales al vagar su ego ya carente de piel por estadios insospechados.
Lo que deslumbra de Racionero es la experiencia intelectual, paralela a la sensorial.
Racionero te sugiere que la mente reacciona de ese modo porque en ella anida la capacidad de abrirse y expansionarse, pero que quizás el consumo de LSD acelere estadios que requerirán una lenta evolución para emerger de modo natural.
Es como si existiera algún elemento químico que inyectado en los brazos permitiera volar. Ello demostraría que la capacidad de volar existe en el cuerpo humano existe, pero que su aceleración devora.