Es miércoles, son las once de la mañana. Nos recibe en la recepción del hotel el gentil Patrick, que lo tiene todo a punto. Nos acompaña a la “suite”: ¡qué maravilla! Quedamos boquiabiertos ante la pared de cristal al pie de la cama, su espectacular perspectiva de la costa barcelonesa desde las playas a pie de hotel hasta las montañas azules, la ciudad rutilante, el mar, el mar, el mar… Una bañera antracita junto a la mullida y ancha cama, un plasma con conexión a internet, música siempre, un mueble-bar para cócteles de todos los colores…
Pasamos a la salita de estar de paredes blancas, pantallas embebidas de luz natural, ése tresillo acogedor, una mesa redonda… y su salida acristalada a la terraza. ¡Ah, la terraza! Desde la terraza, mar, mar y mar: desde aquí no se va nada más que mar: la estructura de estas terrazas sugiere que estamos embarcados en un transatlántico gigante, que navegamos en un crucero de placer… Pero sin una pizca de viento.
(CONTINUARÁ…)