Cuándo TV3 estrenó sus emisiones, alardeó de presentadores jóvenes: aquellos pipiolos y pipiolas eran metáfora de innovación y frescura, frente a una artrítica y esclerótica TVE. La juventud puede ser interpretada así.., pero también puede ser vista como inexperiencia e inconsistencia. Y con la madurez sucede lo mismo: puede expresar caducidad y decrepitud, igual que puede ser vista como rasgo de veteranía, solidez y credibilidad contrastada. Todo esto es también cuestión de modas sociales, y quizá ahora a TV3 le convengan presentadores asentados y maduritos, y a TVE algunos jovencitos pintureros. Lo que siempre cotizó, cotiza y cotizará es la belleza, una idea de la belleza. La belleza fascina, emboba, embauca: nada más eficaz en televisión. Fue Pilar Miró, como flamante directora general de TVE, la que en su día fichó a Pedro Piqueras para ponerlo al frente del Telediario, porque el macizo mocetón le gustaba (por su voz, su trabajo y su aspecto, labios y ojos azules incluidos). No nos hagamos trampas al solitario: la belleza es un valor. Lo es la educación, lo es la gentileza, lo es la cultura, la erudición, la capacidad oratoria… Y lo es, también, la belleza. La belleza siempre cotizará al alza. Pero ¿qué es bello? ¿Lo sabio (Plotino), lo sutil (Hume), lo veraz (Hugo), lo extravagante (Baudelaire), lo simétrico o lo asimétrico, lo azul o lo marrón, lo rubio o lo moreno, lo liso o lo arrugado? Eso es lo de menos: en cada momento impera un consenso acerca de qué es bello y qué no lo es véase “Historia de la belleza” de Umberto eco). De lo que se sigue, en buena lógica, que contratar en televisión presentadores viejas –sea lo que sea eso- y feas –sea lo que sea eso- no sería democrático. Por eso al aludir al caso de Rosa Maria Mateo, todos coincidimos en comentar -para subrayar la injusticia- que “está joven y guapísima”, ¿a que sí?
Imatge de: El Mundo